Habré tenido seis o siete años, mi mamá me había encargado a comprar unos huevos en la despensa del barrio Yocca (ahora San Martín), mientras esperaba que me atiendan, en el suelo se encontraba un caja grande de fósforos “tres patitos”, había caído del estante; justo con la cara del cartón donde estaban las coleccionables instrucciones para armar sillas, mesas y castillos en miniatura con los palitos de los mismos.
Una vez cometido el hecho, regrese a casa asombrado por lo que hice pero se me represento la idea (en aquella época, infantil) que actúe bajo el influjo del diablo; del asombro pase al terror, seguramente me quemaría en la casa del diablo como castigo por haberlo servido, la caja de fósforos me molestaba el bolsillo, las lagrimas me comenzaron a salir y a paso apurado la tire a cualquier parte con los huevos incluidos. Obviamente cuando llegue a casa, sume mas puntos para irme con el diablo, le “mentí” elegantemente a mi mamá tartamudeando que la despensa estaba cerrada.
Esa noche no pude dormir del miedo a encontrármelo al demonio en la pared de mi habitación y como siempre en estas situaciones me fui a dormir a la cama de mi abuela “yaya”, que siempre me daba asilo.