"Las maravillas de la vida se nos escapa por la cómoda trampa de la rutina." John Nigro
El camino del dpto. al trabajo es corto, tres cuadras.
Llevo dos años recorriendo la misma calle y vereda, pasando los mismos negocios, cruzándome casi con las mismas personas: el mismo canillita, el policía de la Caja Municipal, el señor con el Rottweiler, el muchacho con el delantal verde, la empleada domestica barriendo, la maestra con su portafolio, etc.
Conozco de memoria la ubicación de cada casa. Cada puerta y ventana. Cada reja y marquesina… y de cada baldosa destrozada.
Apenas me detengo, imagino la vida de los que viven detrás de esas fachadas. Estoy atento si una cortina baila con la brisa de la mañana. El ruido de un irritante despertador, un libro en una mesita, un anciano leyendo el diario, una cama destendida, una ducha abierta, mercadería esperando ser vendida, una nena soñando, una abuela preparando el sustancioso desayuno para un enfermo marido.
Otras veces adivino ronquidos, suspiros, bostezos y música de una radio.
Escenas de personas comunes y corrientes.
“Cada casa, un mundo aparte”… personas que completan mi mundo; el mundo de quien mira desde afuera.
Hasta hoy… Como todos los días caminé, observé, añoré y me detuve apenas. Pero esta mañana una puerta se abrió y una voz, inesperadamente amable, me saludó:
"Buenas; te veo pasar pensativo todos los días. Mi nombre es Carola ¿y el tuyo?".
Sorprendido, miré hacia los lados y comprendí que me hablaba a mí. De manera descortés aceleré el paso y no paré hasta llegar a la puerta de mi trabajo. Una vez adentro, respiré hondo y me tranquilicé.
Nada que hacer. No me gusta que rompan mi rutina… las personas que invento en esas casas no deben hablarme. Mañana cambio el recorrido.
Llevo dos años recorriendo la misma calle y vereda, pasando los mismos negocios, cruzándome casi con las mismas personas: el mismo canillita, el policía de la Caja Municipal, el señor con el Rottweiler, el muchacho con el delantal verde, la empleada domestica barriendo, la maestra con su portafolio, etc.
Conozco de memoria la ubicación de cada casa. Cada puerta y ventana. Cada reja y marquesina… y de cada baldosa destrozada.
Apenas me detengo, imagino la vida de los que viven detrás de esas fachadas. Estoy atento si una cortina baila con la brisa de la mañana. El ruido de un irritante despertador, un libro en una mesita, un anciano leyendo el diario, una cama destendida, una ducha abierta, mercadería esperando ser vendida, una nena soñando, una abuela preparando el sustancioso desayuno para un enfermo marido.
Otras veces adivino ronquidos, suspiros, bostezos y música de una radio.
Escenas de personas comunes y corrientes.
“Cada casa, un mundo aparte”… personas que completan mi mundo; el mundo de quien mira desde afuera.
Hasta hoy… Como todos los días caminé, observé, añoré y me detuve apenas. Pero esta mañana una puerta se abrió y una voz, inesperadamente amable, me saludó:
"Buenas; te veo pasar pensativo todos los días. Mi nombre es Carola ¿y el tuyo?".
Sorprendido, miré hacia los lados y comprendí que me hablaba a mí. De manera descortés aceleré el paso y no paré hasta llegar a la puerta de mi trabajo. Una vez adentro, respiré hondo y me tranquilicé.
Nada que hacer. No me gusta que rompan mi rutina… las personas que invento en esas casas no deben hablarme. Mañana cambio el recorrido.