martes, octubre 03, 2006

¿Y ahora que hacemos con el cuerpo?

"La ocasión hace al ladrón..."

Un problema social que nos rodea todos los días es la inseguridad y su moda delictiva, la de los robos en la salida de los bancos, llamados arrebatos o salideras. Me comento una vecina soltera y jubilada de mi edificio sobre lo curioso que le paso el año pasado en pleno verano santiagueño, y que no salio en los diarios.
Esta señorita mayor, tenía un viejo gato persa que se llamaba Benito, al que quería y cuidaba con exageración por ser su única compañía.
Por razones de la naturaleza, lo encontró muerto bajo la mesa.
Triste y bloqueada por la perdida de su mascota, pensó en un lugar donde ubicar el cuerpo del gatito, y especuló que si lo tiraba en una bolsa de basura, iba a ser destrozado por los perros; por lo que supuso que si sacaba la bolsa en el horario exacto que pasara el basurero, los vagabundos perros no iban a poder con los restos de Benito. Pero una vez en el camión, Benito seria descuartizado por la prensa de la maquina.
Como ninguna de las opciones la convencía, y para darle la merecida sepultura al animalito que tanto amó, decidió llamar a una hermana que tiene una casa con un gran patio. Le pidió si podía ubicar los restos del gato en algún rincón, a lo que la hermana accedió pero de mal humor.
Esta hermana para ganar tiempo antes de que llegue su marido y así evitar explicaciones, de mala gana empezó a cavar la fosa bajo el tremendo sol, mientras la dueña del fallecido Benito se dirigía a la casa.
En el transcurso del camino, a la altura del Banco Galicia, por atrás alguien le dió un cintazo en los dedos y empujándola con violencia le sustrajo el bolso “Adidas” donde llevaba el cuerpo del extinto gatito.
En el suelo, confundida por el golpe, observo un muchacho que subió a una moto con un cómplice que lo esperaba, tomando rumbo a toda velocidad por calle Avellaneda perdiéndose entre los autos. Mi vecina reponiéndose del dolor de la mano, no supo como reaccionar ante la situación, debido a lo insólito del robo.
Volvió a su departamento con sensaciones mezcladas de bronca y de sonrisa, imaginándose la cara de los ladrones cuando entusiasmados abran el bolso y en el momento de repartir, se encuentren con la sorpresa del jugoso y podrido botín.
Llamó a su hermana para comunicarle lo sucedido y esta, todavía con la pala en la mano, secándose la transpiración con la manga y molesta por el dolor de cintura; colgó enojada el teléfono. Retornó al patio y con fatigada angustia comenzó a rellenar pausadamente el pozo; silencioso exponente de un frustrado sepelio, mientras reflexionaba: “como en nuestra bien amada Argentina, ni los gatos muertos se salvan”.