sábado, junio 15, 2013

El complot

“Questa è la mia piacevole solitudine, circondato da i miei animali”
Balbina Lorenza Richetti
(Esta es mi agradable soledad, rodeada de mis animalitos)  

 Se la veía una vez al día, temprano salía de su antigua casa para comprar en la Despensa Roma el pan del día anterior. En esa media cuadra que caminaba iba rodeada de su colorida y ruidosa jauría. Cuando me los encontraba de frente era una peripecia atravesarla, la lógica disponía cruzarse de vereda cuando se advertía a los perros.

 Doña Balbina una viuda ermitaña con joroba que a nadie saludaba, de ceño fruncido y vestidos descosidos. Anciana “misántropa” como irónicamente la calificaba su vecino el Profesor Carrizo, harto de los olores nauseabundos. Mientras que su otro vecino lindero, el Doctor Miranda con bronca le decía “la vieja zoológica” molesto por los ruidos nocturnos.
 Percibía una pensión Italiana del marido que trabajó en la añeja editorial Nardini.
 Todos los meses un elegante gestor, ya mayor, con un particular sombrero Panameño, cobraba la transferencia y le dejaba el efectivo en un sobre por debajo de la puerta.
 Invierno o verano, ella siempre caminaba con unas pantuflas escocesas verdes, motivo de burlas por el estilo de Minguito Tinguitella
 Convivía en esa casona con sus mascotas, a quienes les hablaba. Tenía: gatos, pájaros, perros, gallinas, patos y tortugas, hasta comentaron que alguna vez tuvo un monito carayá y un papagayo blanco.
 Nuestra fuente de información era Antonio Estancampiano el dueño de la despensa, porque todos los días mantenían un mínimo dialogo.

 De voz gruesa, alucinando por la calle, le aseguraba a sus perros que algún día regresaría a su Verona natal.
 También la criticaban que, por su mezquindad a soltar el dinero, ella y los animales se alimentaban solamente de pan… de pan duro, con las variantes que les preparaba para las distintas mascotas; pan embebido con salsa de pescado, salsa de carne, salsa de maíz o salsa de hierbas. Esa tacaña receta era el motivo del porque andaban un poco escuálidos.
 El hijo menor del Profesor Castillo recordó, que en horas de la siesta, curioseando por la tapia del jardín, hizo el censo de la escandalosa fauna y contó doce perros, ocho jaulas de pajaritos, dos patos, ocho gallinas, un gallo, cinco tortugas y un calculo aproximado de diez gatos que andaban dentro de la casa.
 A los días después de Navidad, nos pareció raro no verla deambulando por la cuadra para su habitual compra; nadie la extrañaba pero su ausencia era llamativa.
 La esposa del Doctor Miranda dijo que noches anteriores escucharon llorar a los perros y el maullido lastimero de los gatos, pero que habían cesado con los días, lo que se intranquilizo y llamo a la policía, temiendo que podría haber sucedido algo grave.
 Cuando ingresaron tras la denuncia, fue una sorpresa no encontrar a la dueña.
 Estaba la casa en orden con sus pocos muebles pero extrañamente había tela, hilos y lana picada por las habitaciones y los animales en muy buen estado.
 Era un misterio su desaparición, los días pasaban y no había novedades de Doña Balbina, y se hacia inexplicable su paradero.
 Especulamos que, con el dinero ahorrado volvió a Italia con el refinado gestor que aparentemente la halagaba, dejando abandonadas a sus mascotas, aunque era asombroso el bienestar de los animales después de haber estado tantos días encerrados y solos.
 Los animales fueron repartidos entre los distintos vecinos, veterinarias y sociedades protectoras.
 A los tres años salio la sentencia de ausencia y la casa fue destinada para la ocupación de un organismo público. Al momento de ser modificada, excavando hallaron esparcidos en distintas zonas del patio, sospechosos restos que aparentaban ser huesos, confirmando después que eran humanos...
 Esa novedad causo perturbación en el vecindario.
 El tratar de engañar la voracidad bestial con harina en la alimentación ¿acaso produjo con el tiempo un estallido en el impulso animal a que devoraran a su dueña?.
 Las hipótesis que surgieron: quizás Doña Balbina cayo muerta por falta de una buena nutrición y el hambre de los animales hizo brotar el instinto de supervivencia y la comieron con mucho gusto, o tal vez los animales hartos del inapetente pan, desearon la tierna carne apetitosa de la anciana y la mataron para saborearla… cualquiera de las dos sospechas eran estimadas.
 Ni la ropa añosa guardada se salvo, quedo triturada y esparcida por la saciedad de los patos, gallinas y aves.
 Del incidente de doña Balbina se hablo bastante, y varios promovieron moralejas y lecciones de no tratar de vencer lo que biológicamente y en esencia son los animales.
 Paso el tiempo y el único perro que siguió viviendo en el organismo publico, porque regresaba continuamente… en un día de mucho calor, irrumpió desde el fondo del inmueble y paso entre el publico que esperaba ser atendido, llevando entre sus dientes sucios de tierra, un carcomido sombrero caribeño.