“¿Para que el
luminoso oro? si eres mudable con la felicidad”
Jurisconsulto Tenensius, Pergaminos Perpetuos.
“La tranquilidad y la paz no tienen precio, hay que apreciar la calma; es absurdo vivir en un país de mucha abundancia si existe un tenso clima de guerra; no se disfruta, y esto trasladado al ámbito familiar es lo mismo, siempre hay que buscar un lugar sosegado y con gente que no te sofoque…” sabia aconsejarme filosóficamente mí padre en nuestros tranquilos almuerzos cuando yo era niño.
Traigo este grato recuerdo, porque anoche soñé con mi tío abuelo Marcos, quien falleció hace unas semanas lejos de nuestra familia.
Se rumoreaba en la ciudad como: el viejo que se bañaba en dólares, y que termino manoseando semillas en algún lugar.
Fue dueño del QuirMar,
la única distribuidora de harina en todo Santiago, hombre de mucho dinero y de fastuosos
caprichos: tenia un globo aerostático, fue el primero en comprar un televisión
a color, probó todas las marcas de motos, se alquilo un submarino, pago una
costosa entrada para la ceremonia de los Oscar, fue a Bahamas a practicar
paracaidismo y surf; para su cumpleaños de cincuenta contrató a Los Iracundos y a Las voces de Huayra, presenció
seis finales mundiales de futbol, estuvo en la segunda fila de la pelea entre Thomas Hearns y Pipino Cuevas, siguió el tour de Tony Bennett y varias veces
se alojó en el hotel Burj Al Arab. Estos carísimos gustos siempre fueron acompañados
por mi tía, ya que vivían solos y no tenían hijos.
Pero un día del mes
de mayo del 2003 a
la salida del negocio, desapareció.
Al principio sospechamos
de un secuestro, porque siempre fue un tentador objetivo para cualquier
delincuente, o la posibilidad de algún escarmiento político, ya que tenía
fuertes y desubicadas criticas publicas contra el gobierno de aquel
tiempo.
Las semanas pasaron
sin novedades de su paradero. Mi tía entro en desesperación y resignación, delegando
la función de la distribuidora a unos primos míos.
Pero a los meses
del mismo año, un telegrama nos notifico que mi viejo tío estaba en un inhóspito
lugar del Chaco, viviendo y vendiendo sandías en una casucha al lado de la ruta
95.
En el momento en que
la policía lo encontró no estaba enajenado ni perdido, hablaba perfectamente y con
detalles les explico su situación…
No tenia deseo de ser encontrado, no quería regresar, no le importaba sus bienes, sus relaciones comerciales ni su fortuna, nada. Se hallaba dichoso con su anhelado y
nuevo capricho: retirarse a un lugar apartado para disfrutar de la soledad y la
tranquilidad.
Cuando lo fuimos a
buscar, pensé que lo notaría desmejorado, pero estaba radiante, de excelente
talante y de buen humor. Recuerdo el impacto cuando nos vio, lo primero que nos
dijo fue: muy jodida, no vuelvo más, nunca más.
Nos confesó que en
sus largos años de matrimonio, ante la sociedad mi tía era muy sociable,
agradable y carismática, pero en la intimidad, era irritante, dominante y
controladora con el. Tanto tiempo así, lo había hartado, produciéndole un
estallido en su voluntad de querer desprenderse de ella y de todo, en busca de
paz.
No hubo manera de
hacerlo reflexionar para que retornase a su ámbito. Nos repetía con desahogo
que renunciaba a sus ostentaciones, a cambio de aprovechar sus últimos años por
una modesta vida dedicada al cultivo de sandías.
Ante la insistente
negativa de volver, y la deshonra del abandono, provoco en mi tía mucha vergüenza
y bronca, afectándola mentalmente, que la manifestó encerrándose en su casona,
para no salir jamás.
Hasta el día de
hoy, niega la muerte de mi tío, y cuentan mis primos y la señora que la atiende,
que sigue de mal humor, esperando ansiosamente el regreso de su marido, para
revisarle la billetera…
La recomendación de
mi padre terminaba, con una picara sonrisa “… así que cuídate de la mujer
molesta”.