jueves, diciembre 19, 2013

La rehabilitación


“El jugar compulsivamente es perjudicial para la salud”
 Los problemas económicos me estaban oprimiendo, mis asuntos no marchaban bien; a mis allegados les debía bastante dinero, ya no tenía a quien pedir ni a quien más embaucar, el despilfarro por el Casino y las maquinitas de Póker estaban desmoronando mi vida social y salud.
 La desesperación por buscar a quien estafar o de solicitar alguna ayuda monetaria era alarmante.
 Hasta que una mañana por el centro me cruce con un pariente, pero al pretender pararme a conversar con el, se atajo y me cito al otro día a un lugar para dialogar mas tranquilos.
 Era un solitario primo, que hace mucho no veía, sabía ser extraño, de humor cambiante, nervioso y de poco hablar, que alguna vez tuvo mucha fortuna y según rumores la perdió apostando. Me entusiasmo la ilusión que quizás el me pudiera dar unos pesos.
 Nos reunimos en una zona de la periferia de la ciudad, como me lo había indicado el día anterior; en una casilla muy pobre.
 Desconocía sobre su precaria economía, pensé que podría vivir mejor, pero ya no me quedaba vergüenza obligado por el hambre y mi vicio al juego; este pariente era el último recurso que me convenía.
 Seguia introvertido como hace años atras pero mirándolo con atención, grata fue mi sorpresa encontrarlo jovial, y evidentemente el me noto avejentado.
 Rechazó mi desesperado e insistente pedido, pero ante mis inverosímiles promesas, me propuso acompañarlo como ayudante en su oficio de jardinero, ir por las tardes a un domicilio en el barrio Cabildo en el sector donde le dicen: los profesionales. Y de acuerdo a mi desempeño y aprendizaje me daría un mínimo de dinero si me lo merecía.
 Acepte, no por lo pequeño de mis honorarios ni la supuesta enseñanza que me ofrecía, me intereso el lugar a donde iríamos; un barrio residencial suponía una hermosa casa, quizá grande, y si contrataban un jardinero, era porque les sobraba efectivo, allí podría encontrar una oportunidad para alguna fechoría.
 Esa misma tarde, entramos por el costado del patio de un moderno caserón, mi primo tenia la llave de esa puerta, advertí entonces que los dueños le tenían confianza.

 Era un bonito jardín amplio, con muchas flores de variados colores, farolas, macetas colgantes y un pastizal que parecía una gran alfombra verde.
 Se acerco a recibirnos una simpática joven con dos vasos de jugo de naranja; por el delantal que llevaba puesto era del servicio domestico; nos saludo amablemente, mi primo le dijo que yo era su ayudante y que me encontraba a prueba observándome si yo podía aprender. Advertí que ella no dejaba de mirarlo y sonreírle, y cuando se aparto unos metros, le pregunte animadamente a mi primo quien vivía en esta propiedad; como era obvio con sus respuestas, me contesto lo preciso, “no es importante saber eso”.
 Comenzamos e hice lo que me indicaba, arrancar pequeños yuyos, cubrir los pimpollos, regar el césped, pero mientras realizaba estas labores mi primo se destapo e inesperadamente comenzó a hablarme sobre la humildad, del ser y del tener, del buen manejo del dinero, las tentaciones, del respeto, de las apariencias… se puso chiflado con su perorata, supuse que era para presumir y que la joven lo escuchase; no me importaba yo seguía con mi picante curiosidad sobre la casa y cuando se alejo a buscar un rastrillo, me acerque a la joven que estaba limpiando una pequeña estatua de un querubín, y le pregunte quienes eran sus patrones y entre susurros le entendí “es alguien que no le gusta sobresalir”.

 Cuando termínanos la labor nos retiramos, mi primo cerró la puerta de servicio y me reprocho el no haber atendido sus dichos. No le comprendía lo que me criticaba, yo estaba en otra parte con mis pensamientos por la frustración de no saber más sobre esa casa. Pero si le escuche decir que me daría otra oportunidad. Al siguiente día no iba a poder continuar con su oficio de cuidar las plantas y me delegaría a mi esa ocupación por única vez.
 Acepte gustosamente, asegurándole una buena tarea y alabando sus reflexiones. Me dio la llave recomendándome que no lo decepcionase y nos despedimos.
 Esa noche no podía dormir, la llave me quemaba, sentía un intenso deseo de entrar a hurgar esa casa, de husmear el lugar, sin hacerme notar y robar todo lo que sea de valor para hacer estallar el tragamonedas…
 Abrí sigilosamente la puerta del patio, el corazón me martillaba en el pecho a toda velocidad, me iluminaba solamente la luz de la luna, la puerta de la galería por la que se ingresaba al interior de un living estaba sin trabas, ingrese cautelosamente; adentro en el silencio y en la oscuridad un aroma familiar se acercó, alguien encendió las luces…
“Trate de enderezarte, no aprendiste nada… la humildad, las tentaciones, las apariencias, el ser, el tener, el cuidar el dinero… yo me cure... soy el dueño que querías conocer, primo”.

sábado, junio 15, 2013

El complot

“Questa è la mia piacevole solitudine, circondato da i miei animali”
Balbina Lorenza Richetti
(Esta es mi agradable soledad, rodeada de mis animalitos)  

 Se la veía una vez al día, temprano salía de su antigua casa para comprar en la Despensa Roma el pan del día anterior. En esa media cuadra que caminaba iba rodeada de su colorida y ruidosa jauría. Cuando me los encontraba de frente era una peripecia atravesarla, la lógica disponía cruzarse de vereda cuando se advertía a los perros.

 Doña Balbina una viuda ermitaña con joroba que a nadie saludaba, de ceño fruncido y vestidos descosidos. Anciana “misántropa” como irónicamente la calificaba su vecino el Profesor Carrizo, harto de los olores nauseabundos. Mientras que su otro vecino lindero, el Doctor Miranda con bronca le decía “la vieja zoológica” molesto por los ruidos nocturnos.
 Percibía una pensión Italiana del marido que trabajó en la añeja editorial Nardini.
 Todos los meses un elegante gestor, ya mayor, con un particular sombrero Panameño, cobraba la transferencia y le dejaba el efectivo en un sobre por debajo de la puerta.
 Invierno o verano, ella siempre caminaba con unas pantuflas escocesas verdes, motivo de burlas por el estilo de Minguito Tinguitella
 Convivía en esa casona con sus mascotas, a quienes les hablaba. Tenía: gatos, pájaros, perros, gallinas, patos y tortugas, hasta comentaron que alguna vez tuvo un monito carayá y un papagayo blanco.
 Nuestra fuente de información era Antonio Estancampiano el dueño de la despensa, porque todos los días mantenían un mínimo dialogo.

 De voz gruesa, alucinando por la calle, le aseguraba a sus perros que algún día regresaría a su Verona natal.
 También la criticaban que, por su mezquindad a soltar el dinero, ella y los animales se alimentaban solamente de pan… de pan duro, con las variantes que les preparaba para las distintas mascotas; pan embebido con salsa de pescado, salsa de carne, salsa de maíz o salsa de hierbas. Esa tacaña receta era el motivo del porque andaban un poco escuálidos.
 El hijo menor del Profesor Castillo recordó, que en horas de la siesta, curioseando por la tapia del jardín, hizo el censo de la escandalosa fauna y contó doce perros, ocho jaulas de pajaritos, dos patos, ocho gallinas, un gallo, cinco tortugas y un calculo aproximado de diez gatos que andaban dentro de la casa.
 A los días después de Navidad, nos pareció raro no verla deambulando por la cuadra para su habitual compra; nadie la extrañaba pero su ausencia era llamativa.
 La esposa del Doctor Miranda dijo que noches anteriores escucharon llorar a los perros y el maullido lastimero de los gatos, pero que habían cesado con los días, lo que se intranquilizo y llamo a la policía, temiendo que podría haber sucedido algo grave.
 Cuando ingresaron tras la denuncia, fue una sorpresa no encontrar a la dueña.
 Estaba la casa en orden con sus pocos muebles pero extrañamente había tela, hilos y lana picada por las habitaciones y los animales en muy buen estado.
 Era un misterio su desaparición, los días pasaban y no había novedades de Doña Balbina, y se hacia inexplicable su paradero.
 Especulamos que, con el dinero ahorrado volvió a Italia con el refinado gestor que aparentemente la halagaba, dejando abandonadas a sus mascotas, aunque era asombroso el bienestar de los animales después de haber estado tantos días encerrados y solos.
 Los animales fueron repartidos entre los distintos vecinos, veterinarias y sociedades protectoras.
 A los tres años salio la sentencia de ausencia y la casa fue destinada para la ocupación de un organismo público. Al momento de ser modificada, excavando hallaron esparcidos en distintas zonas del patio, sospechosos restos que aparentaban ser huesos, confirmando después que eran humanos...
 Esa novedad causo perturbación en el vecindario.
 El tratar de engañar la voracidad bestial con harina en la alimentación ¿acaso produjo con el tiempo un estallido en el impulso animal a que devoraran a su dueña?.
 Las hipótesis que surgieron: quizás Doña Balbina cayo muerta por falta de una buena nutrición y el hambre de los animales hizo brotar el instinto de supervivencia y la comieron con mucho gusto, o tal vez los animales hartos del inapetente pan, desearon la tierna carne apetitosa de la anciana y la mataron para saborearla… cualquiera de las dos sospechas eran estimadas.
 Ni la ropa añosa guardada se salvo, quedo triturada y esparcida por la saciedad de los patos, gallinas y aves.
 Del incidente de doña Balbina se hablo bastante, y varios promovieron moralejas y lecciones de no tratar de vencer lo que biológicamente y en esencia son los animales.
 Paso el tiempo y el único perro que siguió viviendo en el organismo publico, porque regresaba continuamente… en un día de mucho calor, irrumpió desde el fondo del inmueble y paso entre el publico que esperaba ser atendido, llevando entre sus dientes sucios de tierra, un carcomido sombrero caribeño.