viernes, marzo 27, 2009

Panfleto para un vecino

“Temed a la vejez, pues no dará tiempo de arrepentíos de vuestras ofensas de joven”.
(Martín Ponce)

Tan malo eras, que ni a tus allegados tolerabas.
Exigías que te traten de usted.
Cruel con todos, ermitaño presumido.
No era necesario apuñalarnos la pelota.
Pobre perrito, lo ahorcaste delante de nosotros.
“En la fresca juventud nos profesamos formidables”.
Ahora no tienes quien te ayude.
Te llego la vejez y con ella, el ocaso y las dolencias.
Dependes de la voluntad de algún samaritano que no te conoció.
“Me ayuda, por favor a cruzar”.
Ya ni me reconoces y me tratas de usted.

domingo, marzo 08, 2009

Gabriela en el jardín de infantes

“La mujer desde pequeña sabe cómo dejar a un hombre trastornado todo el día, con tan solo una sonrisa”.
(Ariel Rodríguez Torressi)
Dicen los sensibles que “El primer amor nunca se olvida”…
Salí entusiasmado al recreo con mi mochila de tela; adentro llevaba un regalo que había preparado especialmente para ella.
Envuelta en un pañuelo, tenia una porción de pasta frola casera de mi abuela.
A mi atracción la tenia que buscar en su lugar preferido: las hamacas; ahí estaba con su remera blanca, vestidito verde del uniforme y su cabello negro recogido por una cinta rosa.
Me miro con su tierna sonrisa y sin decirnos nada en un impulso automático comenzamos a jugar a la pilladita.
Corriendo fuimos hasta el mástil, y cuando nadie nos vio comencé tímidamente a darle besitos en la manito.
Cuando notamos que nos miraban, disimulamos soltándonos las manos y agitamos los dedos jugueteando al piano loco.
Ella fue, quien por primera vez en mi vida me hizo sentir cosquilleos, mis primeras sonrisas vergonzosas, la seducción, el despertar infantil hacia el otro sexo; ella había hurtado mi corazón y solo para ella era mi dulce regalo.
- Toma, es para vos - le dije, y espere ansioso en recibir una linda expresión de agradecimiento; porque había sacrificado mi comidita de la jornada para demostrarle mi cariño. Pero mientras guardaba la pasta frola en su mochila blanca junto a dos paquetes de galletas, me dijo – ¡¿Otro mas?!... Nacho y Miguel me trajeron otros regalitos para comer –
 Sentí un nudo en la garganta, ganas de llorar, me temblaba el mentón; mi primera desilusión sentimental.
- No tengo moneditas, para traerte algo del kiosco, mi abuelita Selva las hace - le dije murmurando con los ojos llorosos.
Arreglo delicadamente sus ofrendas y con una tierna mueca de su boquita, me dijo: - Pero, tu regalo es el más rico - y me dio un ruidoso beso en los labios.
Fue el momento más hermoso de mis seis años, que recuerdo.
Rastros, allá a lo lejos, de la simplicidad de una inocente infancia imposible de adaptar a nuestras edades de hoy.